Con 82 años, cansada de madrugar y estudiar guiones, la abuelita deslenguada de ‘La que se avecina’, se retira
La abuela macarra de la tele no tiene nietos, pero sí una sobrina de 19 años, Izaskun, que hace con ella lo que quiere. En su honor se puso el nombre de Izaskun Sagastume en ‘La que se avecina’ (Telecinco), la serie con la que Mariví Bilbao-Goyoaga (Bilbao, 1930) pone fin a sesenta años de profesión. «Me levantaba a las cinco de la mañana y grabábamos hasta las cuatro de la tarde y luego a estudiar los guiones del día siguiente. No estoy enferma ni me han echado, es que no quiero más, me voy a casa».
– ¿La retirada es definitiva?
– Sí, de la tele sí. Pero anuncios sí hago porque no tardas nada y te pagan de maravilla. En julio, después de dejar ‘La que se avecina’, rodé uno sobre reciclaje.
Y desde entonces se ha entregado al descanso como no ha podido hacerlo en cincuenta años –muchas mañanas se levanta, desayuna y vuelve a acostarse–. No sigue mucho las noticias porque es una descreída de la política, pero que no le toquen a Carrillo: «Me encanta, va a durar más que yo, y es más viejo. Nos conocemos solo por teléfono porque cuando le pregunto si le voy a ver me dice: ‘No vengas, que estoy hecho un cristo’. Ja, ja. Es un hacha, un tío de verdad». Mariví pasaría a gusto una tarde charlando con él… o con cualquiera, porque es una gran conversadora y tiene un anecdotario fabuloso.
Ya está, en el piso de la familia en la capital vizcaína, donde vive con su hija y su yerno. Echará de menos ir al cine en Madrid, su ciudad adoptiva –la última vez vio ‘La chispa de la vida’– porque «en las salas de Bilbao ponen el aire acondicionado tan fuerte que hace frío. Y no te enteras bien de la película porque estás cabreada». Las ve en casa –tiene una videoteca amplia –‘El discurso del rey’, Good’, ‘Canino’…– y también se entretiene con la tele. «Me he enganchado a ‘Amar en tiempos revueltos’ porque ese rollo lo he vivido». Se refiere a la Guerra Civil y a la posguerra. «De niña ví cosas muy tristes, al padre de una amiga del colegio lo mataron y eso es muy terrible cuando tienes 12 años. Para vivir eso hay que echarle cojones».
Pero Mariví también fue una cría como los demás. No cuesta imaginarla espigada y rebelde, poca amiga de los sermones –estudió con las Teresianas– y de los libros. «Para librarme de la clase de Matemáticas me apuntaba voluntaria a confesarme y me inventaba los pecados. ¡Les metía cada mentira…! Un día le dije: ‘Padre, una de las señoritas se ha enamorado de usted’. ‘¿Y quién es, quién es?’, insistía el otro. ¡Fíjate hasta dónde llegaban los curas!».
Pero mejor que la hora de la confesión –no ha vuelto a redimir pecados–, era la del recreo: «Jugábamos a las tabas y a canicas, pero no me dejaban ser la primera porque era muy buena y nunca perdía, así que me ponían de segunda o de tercera». De las tabas se acordará cualquier chaval de los años 40 ó 50. Y también la hija de Mariví –es decoradora–, aunque solo tiene 42. «Nos las guardaba el carnicero y luego mi madre y yo las pintábamos con esmalte de uñas». Elvira es la única hija de Mariví, fruto de su matrimonio con su segundo marido, Javier Urquijo, pintor, escritor y el compañero al que más quiso. «Era un hombre fantástico. La pena es que se me murió muy pronto… Fue un palo muy grande. Mi primer esposo también falleció, y me dio pena, pero no le quise tanto como a éste, ¡ni color!».
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