La experiencia de grabar con Frank
“Buscábamos elefantes salvajes en un santuario y de pronto apareció la manada. Santi y yo, como dos inconscientes quesólo pensábamos en televisión, queríamos correr y grabarlos. Los guardas forestales gritaban,Frank nos miraba como si estuviéramos locos.Nos obligaron a trepar a un árbol. Pensamos que hasta que se despejara la zona. Al final estuvimos 14 horas allí, con los elefantes golpeando el tronco”, cuenta Nacho. “El hombre es el único ser vivo al que teme el elefante y puede ser muy agresivo”, nos confesó Frank. “Días después, nos enteramos de que una española había muerto aplastada por un elefante en un safari en Africa” apostilla Medina.
“Poco a poco vas aprendiendo a respetar a los animales. Nosotros éramos los quijotes. Soñábamos la secuencia perfecta, el oso salvaje viniendo hacia nosotros corriendo y deteniéndose delante de la cámara. Frank ejercía de Sancho -sin panza- y enseguida nos bajaba los pies a la tierra”, desvela Santi. “Si estoy vivo ha sido gracias a mi prudencia. El cementerio está lleno de valientes”. Esa es el leit motiv de Frank, la idea que lleva tatuada a fuego en el mapa de su cerebro. “La presión es grande, prosigue Nacho-, estás a decenas de miles de kilómetros de España, quieres grabar todo y ya, pero los animales no son una ciencia exacta y las esperas son eternas”. De ahí que surgieran roces. “Ojalá nos encontremos un tigre salvaje”, dijo Nacho tras dos días caminando por la selva. Dios quiera que no, zanjó Frank categórico. “¿Cómo puedes decireso cuando hemos venido a grabar un programa de televisión sobre animales?Durante un viaje de varios meses por Asia, losreporteros, Nacho Medina y Santiago Trancho hansido testigos, entre otras muchas aventuras, decómo Frank tiene que dormir en la copa de un árbolmientras una manada de elefantes salvajes tratande desalojar “a sus intrusos” en un santuario quehay en la frontera de Tailandia con Laos. “Buscábamos elefantes salvajes en unsantuario y de pronto apareció la manada. Santi y yo, como dos inconscientes que sólopensábamos en televisión, queríamos correr agrabarlos. Los guardas forestales gritaban,Frank nos miraba como si estuviéramos locos.Nos obligaron a trepar a un árbol. Pensamosque hasta que se despejara la zona. Al finalestuvimos 14 horas allí, con los elefantesgolpeando el tronco”, cuenta Nacho. “El hombrees el único ser vivo al que teme el elefante ypuede ser muy agresivo”, nos confesó Frank.“Días después, nos enteramos de que unaespañola había muerto aplastada por unelefante en un safari en Africa” apostilla Medina.
De ahí que surgieran roces. “Ojalá nosencontremos un tigre salvaje”, dijo Nacho tras dos días caminando por la selva. Dios quiera que no, zanjó Frank categórico. “¿Cómo puedes decir eso cuando hemos venido a grabar un programa de televisión sobre animales? contesté. “Porque si ni siquiera sé si yo seré capaz de reaccionar como debo, como para preocuparme de vosotros dos”.
“Si algún día te encuentras un tigre salvaje tírate al suelo y quédate inmóvil. Sin mirarle y como si estuvieras muerto. El tigre se acercará, te olerá, quizás te mee encima y se irá. Nunca te quedes de pie y menos mirándole a la cara, y no tengas miedo, lo huele. Eso sí, si está hambriento, estaremos muertos”, concluye Frank. Es un talento puro, un hombre criado al servicio de su intuición. Y una esponja. “Cada orden que le dabas la aprendía para siempre. Al final, bastaba una mirada mía para que supiera lo que quería de él”, confiesa Santi.
“Eso sí, la intensidad de rodaje era alta”, continúa Nacho. Lo que para Frank es cotidiano, para nosotros era noticia. “Queríamos grabarlo todo”. “Es un tío sobrenatural”, confiesa Santi. Y con una vista de lince. ”Lo más alucinante era la visión nocturna que tenía. Un día en plena autopista de Thailandia frenó el coche en seco en el arcén. ¿Se ha cruzado una vaca? ¿Un elefante? Era una culebra atropellada de treinta centímetros”. Frank la había visto brillar. En la selva era más fino y tranquilo aún. “Mientras Frank dormía a pierna suelta, Santi y yo estábamos en vela grabando la sinfonía de sonidos que ofrecía la noche”, cuenta Nacho. “De pronto, cuando nosotros dormíamos, Frank se levantaba y se iba a esperar». Nos tenía prohibido ir. Éramos como un elefante en una cacharrería y espantábamos a los animales. Y volvía con dos o tres bichos en la mano. Era increíble”.
Más divertido es oírle hablar de España, tierra que abandonó hace casi veinte años. «¿Os acordáis del desnudo de Alaska en la portada de Interviú con un vestido verde? -Santi, el operador de cámara, quizás no hubiera ni nacido- ¡Qué buena estaba!, Alaska era y es mi musa, siempre pienso en ella!” Confesaba, mientras subía en la radio de su coche el hit A quien le importa y la cantaba a grito pelado.
Frank de la jungla,una fuerza de la naturaleza
Frank Cuesta es de León, pero vive en Tailandia desde hace 11 años. “Vine a montar la Academia de Tenis de Nick Bollettieri –maestro de los maestros del tenis mundial y descubridor de talentos como Andre Agassi o Pete Sampras- y me enamoré de este maravilloso país”, reconoce. Frank dirige una Academia de Tenis en Bangkok. Dedicarse a este deporte fue su sueño hasta los 18 años, cuando tras ganar un torneo junior, se compró una moto y tuvo un accidente. “Aquí tengo su recuerdo para toda la vida”, cuenta Frank mientras se golpea una rodilla que suena a metálica por dentro. Olvidada la élite como jugador, se pasó al otro bando. Formó parte durante varios años del selecto grupo de los maestros de la Academia de Bollettieri en Florida, EEUU. Allí entrenó y viajó por el mundo con “una tal Mónica Seles”, entre otros deportistas criados en la factoría. Hasta que Bolletieri le mandó como embajador de la marca a Thailandia.
El tenis es su trabajo, pero los animales son su pasión. Todo empezó cuando una vez afincado en Bankgok, Frank se marchó, como siempre, con su mochila y sus zapatillas de goma, solo, a la selva de Burma -la antigua Birmania- durante varios días, “a ver animales desde cerca”. Todo fue estupendo hasta que su brújula interna se bloqueó. Frank se perdió en la selva y tuvo que ser rescatado días después. Esa fue la primera vez pero no la última. Había nacido un hobby. Pero el español quiso tomárselo en serio. Estudió herpetología -la rama de la zoología que estudia reptiles y anfibios-, y se recorrió todos los Parques Nacionales de Tailandia. Frank conoce los animales porque los ha visto y tocado de cerca. Pero no es un científico sesudo, un experto biólogo que pretende teorizar sobre ellos. Te cuenta lo que sabe de ellos como si fueras un amigo, con su particular manera y su lenguaje de la calle. Pero pocas personas han estado tan cerca de los animales salvajes como él. Frank ha estado dos veces en coma por picaduras de serpiente. De hecho, un periódico sensacionalista de Bangkok ha abierto una apuesta para sus lectores: acertar el año que moriría el español. “De momento nadie la ha ganado porque la gente apostaba a que no pasaría de 2009”, cuenta el leonés con cierta tranquilidad.
Mucho más que una aventura
Frank de la Jungla narra la aventura de Frank en la selva y su permamente búsqueda de animales. Es un documental vivido en primera persona. Pero sin tapujos, con sus cosas buenas, y con las malas, con todo lo que ha acontecido durante los rodajes. Con él viajan el reportero Nacho Medina y el operador de cámara santiago Trancho. Juntos reirán, disfrutarán y sufrirán… y conocerán animales soprendentes.
Desde hace 240 millones de años es el rey de los ríos y lagos de aguas estancadas. El cocodrilo es el soberano que gobierna la transición entre el agua y la tierra. Frank recorre los ríos de Thailandia buscando al cocodrilo en su estado salvaje. Asiste al exclusivo momento del apareamiento del animal, algo pocas veces reflejado en televisión. Siguiendo el rastro del cocodrilo por un antiguo santuario, el equipo se pierde. Mientras, varios equipos de guardas forestales del gobierno tailandés, equipados con armas y material de supervivencia, buscan a los tres españoles que han entrado pero no salido de una zona donde hacía nueve años que nadie acampaba.
“Es el único descendiente real de los dinosaurios”, se atreven a decir algunos expertos. El dragón de Komodo es uno de los mayores depredadores del mundo. Con el aspecto de un lagarto gigante, una simple mordedura en un dedo puede hacerte pasar tres semanas en el hospital. Comedor compulsivo de carne putrefacta, tiene una bacteria en la saliva que infecta todo lo que muerde. Hasta las islas indonesias de Komodo y Rinja, dos de los tres lugares donde habita el reptil, se desplaza Frank. Cuando tiene delante al animal de casi dos metros de largo, comienza su ceremonia. Se tumba y se pone frente a él, y empieza a erguir el tronco, de macho a macho. “Es la manera que tienen los reptiles de retarse, y poco a poco le iré sometiendo”, apostilla Frank rompiendo el gélido silencio impuesto.
Las islas de Sumatra en Indonesia y Kalimantan en Borneo son los dos únicos lugares del mundo donde aún vive el orangután salvaje. Allí, en compañía del hombre que susurraba a los orangutanes, Eddy the jungle, Frank vivirá la maravillosa experiencia de estar a un metro de una mamá junto a su bebé. En su travesía por las selvas asiáticas, Frank, Santi y Nacho, verán ratas del bambú -la comida preferida de la cobra-, serpientes pipa -aquella que se hiergue por la cola y hace parecer una cobra a sus enemigos-, de manglar, víbora wrangler, -muy venenosa-, el mono lento, una especie superprotegida que vive en
los árboles y aparece por las noches… los monos pato -los únicos del mundo capaces de nadar-, la serpiente trompa- una rara especie que parece la trompa de un elefante-…”Todo lo ve antes que nadie y era una enciclopedia visual”, cuenta Santi. En dos segundos te decía que tipo de animal era.
La muerte de cerca
Frank también verá la muerte de cerca. La cobra es la serpiente más peligrosa del mundo. Cualquier error delante de ella es una picadura venenosa. Tan solo hay unos minutos de reacción. A Frank se le enrosca la Cobra Real en la muñeca…Cueva del infierno, Isla de las Flores, Indonesia. Dos lugareños celebran un ritual con un huevo podrido delante de la entrada. “Por favor, proteged a los invitados”, reza un desdentado anciano delante de un túnel oscuro. Cientos de murciélagos rabiosos, -es uno de los mamíferos con una mayor probabilidad de contagio- decenas de pitones pegadas a las paredes y víboras de Russell nadando en las aguas fecales. “La última televisión que entró salió a los diez minutos. El presentador fue picado por un reptil y le tuvieron que evacuar en helicóptero”,cuenta Frank desde la entrada de la cueva, a dos horas andando de la primera choza en la que vive gente. Los primeros 30 metros te cubren las piernas hasta las rodillas de algo denso y oscuro. “Son caca de serpiente y de murciélago”, tranquiliza Frank. Falta el oxígeno, no se ve nada, pero Frank sí. “Alumbra ahí, al fondo”. Una serpiente aparece de la nada, engulle un murciélago y se esconde. Frank decide ir a por ella. El riesgo es alto, las rocas inestables y el agujero que hay detrás, una osadía. Ese es Frank Cuesta, temperamental, impulsivo. Una fuerza de la naturaleza, que no dejará indiferente a nadie. “O le amas o le odias”.
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