Viven aislados en colonias, apartados de los núcleos urbanos, sin luz eléctrica ni avances tecnológicos; su religión les prohíbe cantar, bailar, ver la televisión o escuchar la radio; por el contrario, mantienen usos tan antiguos como viajar en coche de caballos y utilizar una máquina de madera para lavar la ropa. Son algunos de los dictámenes del credo menonita, que rechaza el progreso e impone a sus fieles un modo de vida anclado en el pasado y basado en una particular interpretación de la Biblia. Adela Úcar vive en primera persona esta forma de entender el mundo “Como hace 100 años”: se vestirá y peinará como ellos, hablará su idioma -el bajo alemán- ya en desuso y se mimetizará con todas sus tradiciones, normas y costumbres, en la primera entrega de la cuarta temporada de “21 días” que Cuatro estrena el lunes 20 de febrero, a partir de las 00:15 horas.
Los menonitas son una comunidad protestante de Europa y América del Norte, nacida en Suiza en el siglo XVI y cuyo nombre proviene de Menno Simons, su fundador, de origen holandés. La agricultura es su principal modo de subsistencia y basan su vida en el trabajo.
Vivir en el siglo XXI como hace 100 años
Los menonitas consideran los elementos de la modernidad incompatibles con su doctrina y, por este motivo, practican una vida sencilla y apegada a tradiciones antiguas. En la mayoría de las comunidades no está permitido el uso de la electricidad, el teléfono y los automóviles. Se trasladan en antiguos carruajes y en general tienen una normativa rigurosa para el modo de vestir.
Adela Úcar viaja a México, donde están las comunidades más numerosas, para conocer las colonias y mostrar de primera mano su forma de vida y costumbres. Durante 21 días se aloja en casa de Katerina, Herman y sus diez hijos y allí es testigo de algunas de sus peculiares costumbres: alumbrarse con candiles de petróleo, lavar la ropa en una máquina de madera y ordeñar las vacas de madrugada, entre otras actividades.
Herman es el cabeza de familia. Nació en la comunidad mexicana de “La Batea” y no conoce otra realidad que la menonita. A pesar de su edad, su castellano es básico, ya que se comunica con su familia y vecinos en bajo alemán. Su carácter y visión del mundo están modelados por la rígida moral menonita: es un hombre tranquilo, dedicado exclusivamente a trabajar en sus tierras y con sus animales para alimentar a sus diez hijo
La realidad de la mujer menonita
Su mujer, Katerina, es el ejemplo de la mujer menonita: trabajadora, tenaz y reservada. Su vida se reduce a los metros cuadrados de su casa y de la cuadra de las vacas. Su trabajo diario se basa en cocinar, hornear pan, limpiar la casa y ordeñar. Su religión no le ha permitido utilizar métodos anticonceptivos, ya que entiende su función en la comunidad como procreadora y debe perpetuar la fe menonita a través de sus hijos
No puede hacer la compra, incluso si la familia se desplaza al pueblo más cercano para adquirir algún alimento que su sistema de autoabastecimiento no le proporciona, tiene que quedarse fuera de la tienda. Los menonitas estudian al margen del sistema escolar mexicano y no pueden cursar estudios superiores. México es uno de los pocos lugares en el que se les permite estudiar según su propio sistema: los niños estudian desde los 6 a los 13 años y las niñas hasta los 11 para encargarse del hogar. Se casan entre ellos y si deciden casarse con alguien que no sea de su comunidad, quedan expulsados del grupo.
“Probablemente éste ha sido el ‘21 días’ más fascinante”, explica Adela Úcar. “Ésta ha sido una de las vivencias más intensas porque ha supuesto una experiencia de inmersión en un mundo completamente distinto al nuestro. Todo lo que te rodea te genera incógnitas y para ellos igual, por lo que me ha parecido muy enriquecedor para ambas partes. Para ellos, el contacto con el mundo exterior supone una amenaza puesto que no tienen permitido estudiar nada diferente al credo menonita y tienen un desconocimiento del mundo muy grande”, asegura.
Los juegos de azar y el duro trabajo en una mina de oro, entre los contenidos de la nueva temporada
En próximas entregas del programa, Adela Úcar vive 21 días jugando y conoce tanto a personas para las que el juego es una afición como a individuos que se han convertido en adictos. La periodista visita un Casino, acude a apuestas de caballos, participa en mesas póker y visita salas de bingo. “Durante mi experiencia destacaría la capacidad de absorción que tiene una forma de vida que está vinculada al juego. Cuando dedicas tanto tiempo a esto te absorbe poco a poco” explica la periodista, que también destaca “el constante fluir de emociones que proporciona el juego, es asombroso”.
En otro reportaje de la nueva temporada, el equipo de “21 días” viaja hasta Perú, uno de los mayores productores de oro del mundo. Adela vive allí con familias de mineros que se adentran cada día en la profundidad de la montaña arriesgando su vida en busca de un sueño: encontrar una veta de oro que les saque de la miseria. “Me ha llamado la atención el dinero que mueve el oro en el mundo y las condiciones en las que vive la gente que lo extrae, que es gente empobrecida, con recursos limitados y que vive en condiciones muy extremas, completamente ajenos al dinero que mueve este metal en el mundo. Ese contraste entre los que disfrutan de él y los que trabajan para extraerlo es brutal” afirma.
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