Tras la aparente distensión, buen humor y alegría que reina en ‘El gusto es nuestro’, el restaurante esconde graves problemas de organización, cocina y rentabilidad
Mañana jueves, en laSexta, Alberto Chicote se enfrenta a una nueva Pesadilla en la cocina: ‘El Gusto es Nuestro’, un restaurante al borde de la ruina. Ubicado en la zona nueva del ensanche de Vallecas, Lolo y su mujer Alicia intentan sacar adelante un restaurante que desde hace ya tiempo pierde mucho dinero. No saben por qué las cosas no funcionan, a pesar de que aparentemente es el lugar más alegre, divertido y cercano. Cuando Lolo llega al trabajo lo primero que hace es abrazar y besar a todos sus empleados. El resto del día es puro relax: todos hacen lo que les apetece, nadie organiza las tareas de cada uno y la responsabilidad parece no haber entrado nunca en el local.
Alberto Chicote tendrá que templar sus nervios si no quiere que tanto “buen rollo” y tan poca profesionalidad le saquen de sus casillas. Su objetivo: darle a ‘El gusto es nuestro’ una última oportunidad para hacer frente a sus problemas y convertirse en un restaurante de calidad. Será un proceso difícil, intenso y en ocasiones doloroso pero si quieren salir adelante tendrán que aceptar las formas y propuestas del chef Chicote.
Ofrecer a los propietarios de negocios de hostelería en crisis una última oportunidad para salvar su restaurante es el objetivo del espacio de laSexta. Eyeworks Cuatro Cabezas produce para laSexta la versión española del formato, que se emite en una veintena de países.
El Gusto es Nuestro, “alegre y divertido” esconde un grave problema de responsabilidad
En el programa de Pesadilla en la cocina de esta semana el chef Alberto Chicote acude a la llamada de ‘El gusto es nuestro’. Entre oficinas de diseño y modernos bloques de viviendas, Lolo y Alicia abrieron este restaurante hace más de cinco años con la idea de crear, no sólo un lugar de comidas, sino también una pequeña familia. Aparentemente todo es diversión, cercanía y pasión. Un lugar en el que se trabaja con el relax como bandera. Sin embargo, las cosas no son lo que parecen: las pérdidas que genera el restaurante han colocado a sus dueños al borde de la ruina. Además, la falta absoluta de orden y de disciplina convierte cada jornada de trabajo en un auténtico caos.
A Chicote no le resulta difícil detectar cuáles son los principales problemas: la carta es interminable, pretenciosa y no corresponde con la realidad de los platos. Lolo, el dueño, no es consciente del grave problema y todos trabajan de una manera completamente distendida, relajada y sin ningún interés. Todos excepto Marga, la encargada. Ella, a la que acusan de ser demasiado responsable, es la única que no puede soportar la desorganización y la tranquilidad con la que todos afrontan la caída libre del local. Por su parte, Yolanda, una de las camareras, actúa del modo opuesto. Fan de la Pantoja, canta durante los servicios, está más volcada en besar a su novio que en poner comidas, pone la música altísima, no está atenta a las comandas y martiriza a los clientes con un pequeño altavoz que no tarda en sacar de sus casillas a Alberto Chicote.
El chef lo tiene claro: si los dueños y empleados de ‘El gusto es nuestro’ no se toman en serio su trabajo el restaurante naufragará. Ante una situación tan complicada Alberto Chicote pone toda la carne en el asador. Utilizará sus técnicas más exigentes, dirá las verdades como nunca antes las habían oído e incluso les mostrará el secreto de un sencillo plato de cocina para que entiendan por fin el concepto que, como restaurante, deberían ofrecer. A pesar de los intentos, los resultados no serán inminentes. El equipo no responde, sólo queda intentar resolver el problema desde arriba: a través de Lolo. Si él acepta los cambios que Alberto Chicote le propone y cambia radicalmente de actitud, todavía existe una posibilidad de salvar el restaurante. Si no, la quiebra llegará y arrastrará consigo al local, a Lolo, a su mujer y a todas las familias que viven gracias al trabajo de ‘El gusto es nuestro’.
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